lunes, 3 de junio de 2013

Wolf : La Teoría Funcionalista.


Harold Lasswell (pionero de la ciencia política y de las teorías de la comunicación) considera que propaganda y democracia se necesitan mutuamente, van unidas por su dedicación común a la institución de un gobierno estable y fuerte, tanto en sus decisiones como en su legitimación pública. Esta premisa se convierte en la fisura que recorrerá el itinerario de la escuela funcionalista, aquella que separa (y conecta) sociedad y gobierno, fisura que, de existir, debe realizarse preguntas directas sobre la propaganda o la publicidad. Una de las cuestiones más conflictivas consiste en averiguar si sirve en la misma medida a los intereses de la gente y del gobierno. Existen numerosas y diversas respuestas a esta pregunta, pero lo que si podemos afirmar es que la centralidad de la propaganda en la política contemporánea es un síntoma de la distancia existente entre necesidades sociales e institucionales es potencialmente crítica.

La teoría funcionalista concreta las funciones que los medios ejercen en la sociedad, en el intento de definir la problemática de éstos desde el punto de ella y de su equilibrio. Es decir, el punto de interés no es la dinámica interna de los procesos comunicativos, sino la dinámica del sistema social y el rol que juegan en ella los medios: “el desplazamiento conceptual coincide con el abandono de la idea de un efecto intencional, de un objetivo subjetivamente perseguido por el acto comunicativo, para concentrar, en cambio, la atención sobre las consecuencias objetivamente comprobables de la acción de los medios sobre la sociedad en su complejo o sobre sus subsistemas” (Wolf, 1987: 59).

Es un momento en el que se pasa de las teorías sobre los efectos a corto plazo (manipulación, propaganda, persuasión e influencia) a las teorías sobre los efectos a largo plazo (funciones). En este panorama el destinatario ya no es un consumidor pasivo de los medios, sino que actúa sobre ellos. Las relaciones de funcionalidad que regulan y unen los fenómenos sociales responden a cuatro imperativos fundamentales:

-          Mecanismo de socialización: la conservación del modelo y el control de las tensiones.

-          Problema de integración: la adaptación al propio ambiente.

-          La intención con el objetivo a realizar.

-          Fidelidad entre los miembros y la fidelidad en su conjunto con el consiguiente mantenimiento de valores: la integración.

Wolf: Algunas ideas previas sobre los estudios en medios de comunicación de masas (Contextos y Usos).


(www.baskerville.it)
Los estudios en medios de comunicación social han pasado por diversos arquetipos de investigación que, de acuerdo con Wolf (1987), podríamos encuadrar en los siguientes: la teoría hipodérmica, la corriente empírico – experimental o de la persuasión, los estudios empíricos sobre el terreno o de los efectos limitados, la teoría funcionalista, la teoría crítica, la teoría culturológica, la perspectiva de los “cultural Studies”, y las teorías comunicativas. Wolf, en sus estudios recientes (Wolf, 1994), considera que hay tres que destacan sobre las demás: la hipodérmica, la de los efectos limitados y la de los efectos a largo plazo.

Desde el punto de vista de la teoría hipodérmica, los medios son considerados como estímulos que incitan determinadas respuestas en los individuos, los cuales se consideran colectivo masificado al cual se debe movilizar en una orientación determinada previamente por los poderes fácticos, que controlan y son responsables de los medios de comunicación social. Desde esta perspectiva se admite que los medios pueden tener una influencia directa sobre los individuos que los observan.

La teoría de la persuasión implica un paso cualitativo respecto al modelo anterior. En ella se asume que existen una sucesión de factores en el individuo que determinan los efectos concretos de los mensajes. Por consiguiente, los efectos de los medios pueden variar según las características psicológicas y sociales de los destinatarios concretos, aunque estos propenden a aglutinarse socialmente en colectivos, lo que permite su identificación de los grupos de influencia.

Desde la teoría de los efectos limitados, el análisis de los efectos de los medios se realiza desde una perspectiva cualitativa diferente: se confirma la influencia de los medios sobre los individuos, pero al mismo tiempo, se admite que éstos son una parte más de las que percibe el sujeto dentro de la vida comunitaria.

Desde la perspectiva funcionalista la preocupación se centra más en las funciones que los medios desempeñarán en la sociedad más que en los efectos que pueden tener sobre el sujeto.

Realizadas estas precisiones iniciales sobre las grandes líneas y tendencias en las cuales se ha movido la investigación en medios de comunicación de masas, detallaremos más adelante tres de los paradigmas en medios de comunicación que caben destacar: teoría funcionalista, teoría crítica y teoría culturológica.

Habermas: La esfera pública.


Habermas desarrolla una noción de opinión pública que no se origina desde una teoría de la comunicación, ni desde otra vertiente o campo especializado, sino como centro de una teoría crítica de la sociedad y de la democracia. Habermas investiga el surgimiento de la “esfera pública burguesa” entre los siglos XVII y XVIII, en el escenario de la lucha anti feudal en el que el surgimiento de los periódicos y los cafés literario-políticos conforma el espacio físico y reflexivo de una nueva forma de publicidad a medio camino entre el Estado y las instituciones, por un lado, y la empresa privada y la vida familiar, por el otro.

El declive de la esfera política burguesa desde mediados del siglo XIX se impone debido a la construcción de un nuevo orden burgués, el desarrollo de la sociedad de masas y su consecuente burocratización de lo político y la mercantilización de la comunicación, procesos que el pensador alemán sintetiza en la expresión «colonización sistemática del mundo de la vida». La nueva andadura histórica de la publicidad estará determinada por las transformaciones estructurales conocidas como Estado Social, donde la comunicación se ha vuelto de masas, la comunicación política se reduce a la mercadotecnia y la esfera pública es cada vez más gestionada por expertos en la materia (publicistas, administradores…). A pesar de todo, la esfera pública aún es el lugar de intercambio simbólico de lo público, donde suceden los acontecimientos que la historia contempla como hechos sociales, porque afectan e incumben a las colectividades humanas. Tal y como señalaba Hanna Arendt, es el lugar donde sucede – ante nuestros ojos -  aquello que constituye nuestra “realidad política”.

La interpretación de la esfera pública como entorno donde se produce el prodigio de la opinión pública, añade una “instancia crítica” de la ciudadanía en relación con los representantes del poder, en la medida en que la comunicación abierta y libre posibilita comprobar procesos de racionalización. El estudio “administrado” de la opinión pública a través de encuestas y sondeos constituye uno de los mecanismos de poder para consolidar el beneplácito de la opinión pública en lugar de un consenso racional obtenido deliberativamente.

Habermas asevera que en el Estado Social se ha realizado una conversión estructural de la opinión pública que lleva el predominio de la instancia receptiva, es decir que la notoriedad pública alcanza una legitimación emocional y no racional a través de una comunicación que ha dejado de ser pública para ser de masas.

Raymond Williams. Cultura y Sociedad: conclusiones.


El término cultura de masa surge en los Estados Unidos en el campo político conservador, entre el final de la década del treinta y el fin de la Segunda Guerra Mundial. En la década de los cuarenta se tornaron de uso corriente las denominaciones “comunicación de masa”, “medios masivos” y “cultura de masa”. Es en este momento cuando se inician las investigaciones sobre comunicación, que intentan comprender el impacto de los mensajes junto a las audiencias y el público. El hecho de que estas investigaciones surgieran en Estados Unidos es sintomático, es decir, mientras que en los países industrializados de Europa había una movilización a causa de la guerra, en Estados Unidos el debate intelectual se centraba en los filmes de Hollywood, la radio, la publicidad…

Raymond Williams expresa una reticencia compartida con diversos intelectuales respecto a la idea de “cultura de masas”. La obra de Williams es dilatada y heterogénea, engloba desde la teoría literaria, la creación literaria, los medios de comunicación y la teoría cultural. En la conclusión de su libro Cultura y Sociedad, realiza una crítica del concepto de masa (masa y masas, cultura de masas, observación de masas, comunicación de masas…) y elabora la siguiente observación: “Masa fue una palabra para sustituir multitud. De hecho, no hay masas; existen apenas maneras de ver a las personas como masas”. Esta proposición de Williams deriva de un análisis anterior en el que considera el modo en que el término está penetrado por mandatos ideológicos. Sintetizando sus críticas podemos decir que considera que el concepto de masa lleva inserta una concepción de la audiencia, siendo la ideología “natural” de aquellos que controlan los medios y se lucran con los mismos. Williams considera que “La teoría completa de la comunicación de masas depende, esencialmente, de una minoría de algún modo explotando a la mayoría”, es decir, no se analiza la recepción y lleva implícita una idea de comunidad, de explotación de unos hombres por otros. A Williams le parece claro que los medios de comunicación de masas no producen la cultura popular o de clase obrera, producida para ellos pero no por ellos. La clase dominante controla la herencia cultural, siempre selectiva, pero eso no implica que ahogue la creación de una cultura obrera.

Williams sugiere la existencia de cuatro grandes sistemas de comunicación en relación al grado de libertad y control: autoritario (monopolio del grupo hegemónico), paternalista (censura), comercial (libre mercado) y democrático (comunicación real). Considera que la revolución de los medios de comunicación es inevitable y beneficiosa, siendo expresión del proceso general de “emancipación humana”. El objetivo es una democracia activa y culturalmente educada.

“Si el hombre es un ser esencialmente creativo, con afán de aprender y comunicativo, la única organización social adecuada a su naturaleza es la democracia participativa, en la cual todos nosotros, como individuos únicos, aprendamos, comuniquemos y dirijamos”.

(Williams. The Long Revolution. Chatto and Windus, London, 1961, p. 100.)

Williams sitúa el arte dentro del proceso general de descubrimiento y creación humana, ya que es parte del proceso comunicativo como un todo, puesto que “la comunicación es el proceso de convertir la experiencia única en experiencia común”.

A modo de conclusión, podemos decir que para Raymond Williams la cultura es ordinaria ya que explica un modo de vida que no pertenece a unos pocos, sino que compromete todas las costumbres cotidianas y a todos los individuos. Añade Williams que la cultura popular se puede calificar de mala, pero no se puede identificar con la clase trabajadora, ya que una cosa son los bienes de consumo masivo y otra lo que la gente hace con ellos. Por eso, mira al futuro con optimismo, con una confianza en la cultura como agente transformador y democrático.

domingo, 2 de junio de 2013

Umberto Eco: Apocalípticos e Integrados.

Umberto Eco en Apocalittici e Integrati (1965) defiende una tipología que parece un buen comienzo para considerar la posición de los intelectuales frente a la cultura de masas y comprender los malentendidos que prevalecen en la relación existente entre los intelectuales y los medios de comunicación.

Para Eco, las posturas de los intelectuales frente a la cultura moderna pueden abreviarse a partir de dos posicionamientos básicos: el del “apocalíptico” y el del “integrado”. El apocalíptico es aquel que contempla con desconfianza las nuevas técnicas de creación y difusión cultural y manifiesta su desasosiego por la participación popular en el ámbito de la comunicación mediática. Creen fervientemente que la “cultura” es una cuestión que se reduce a un círculo restringido y, por ende, no tiene sentido alguno hablar en términos de cultura de masas, puesto que “es inconcebible una cultura compartida por la masa del pueblo”.

El apocalíptico considera que la cultura demanda un cultivo individual de la inteligencia, la sensibilidad y el saber. Desconfía de su administración por parte de empresas o instituciones especializadas que persiguen yuxtaponer la cultura al “gran público”. Sostiene que el cometido de estas empresas especializadas provoca un importante empobrecimiento cultural y “una trivialización desalentadora capaz de afectar gravemente al propio devenir de la producción cultural, sometida a la tiranía del mercado y de una racionalidad industrial y técnica” (Rodriguez, Raúl (2001). Apocalypse Show. Intelectuales, televisión y fin de milenio, pp. 40-41).

Para el apocalíptico, la cultura de masas es una anticultura que se origina en el instante en que la “masa” hace acto de presencia tanto en la vida cultural como en la política. “La masificación cultural no es sólo el signo de una aberración transitoria y limitada al ámbito cultural; es el signo inequívoco de un proceso de decadencia irrecuperable de nuestra civilización, frente a la cual el hombre culto no puede expresarse más que en términos de desasosiego y desesperación” (Eco, Umberto 1988 (1965). Apocalípticos e integrados, p. 12).

En confrontación con el intelectual apocalíptico se distingue la posición confiada y optimista de los integrados, excesivamente involucrados en el gobierno de los nuevos medios técnicos y en el control de la industria cultural, y que disfrutan de una postura relativamente aventajada que les posibilita despreocuparse de los presuntos efectos malignos de los medios de comunicación de masas.

El integrado interviene en la creación cultural y posee un papel más dinámico en su construcción. Vive la cultura y sin embargo no se preocupa por ella. Como afirmaban Adorno y Horkheimer, a los que tienen intereses en la industria cultural les gusta hablar de cultura y de su industria usando una terminología técnica.

Umberto Eco nos previene frente a la postura de los autores integrados y nos recuerda que la cultura de masas “es una cultura mediatizada por medios tecnológicos y por sistema de producción industrial a gran escala”. A pesar de que los individuos tengan el derecho de hacer valer sus preferencias, las formas culturales son, en parte, impuestas por los cánones que se expiden en un reducido número de centros de producción y/o difusión cultural. Y esta constituye la principal debilidad de los integrados, porque resulta ingenuo pensar que en las sociedades complejas la cultura de masas responde literalmente a las necesidades sociales espontáneamente manifestadas por el “pueblo”.

Frente a este dilema que se plantea entre apocalípticos e integrados, nadie puede aspirar a una posición de absoluta neutralidad.

Orson Welles: La influencia de los medios de comunicación.


Siempre se ha dicho que el papel tradicional de los medios de comunicación de masas era el de informar, formar y entretener. La labor fundamental de los medios de comunicación es la de informarnos de lo que sucede en el mundo. Gracias a periódicos, radio, televisión o internet estamos informados de los últimos sucesos. Gracias a ellos también nos formamos, es decir, a través de revistas especializadas, programas específicos de televisión o páginas especializadas en internet podemos instruirnos sobre casi todo lo que queramos. Y finalmente nos entretenemos, gracias a todo el atractivo que los medios nos ofrecen, ya sea mediante la televisión (películas, series, animaciones, concursos…) como en internet (juegos, páginas multimedia…).

Pero estas tres premisas básicas se complementan con otras funciones que pueden ser un arma de doble filo. Los medios de comunicación son un recurso perfecto para anunciar todo tipo de productos y marcas, debido a que llegan a muchísimo público. Además, generalmente los medios de comunicación son empresas privadas cuya finalidad es la obtención de beneficios, y por ello cada vez  más los anuncios invaden la programación. Al mismo tiempo gracias a este poder de difusión son un medio perfecto para divulgar ideologías y determinadas formas de pensamiento. Son muchos los que creen fervientemente que los medios de comunicación tienen una clara función ideológica y todo lo que se dice en ellos está previamente controlado por los grupos de poder político y económico. Según ellos, si los grupos de poder consiguen que se transmitan determinadas ideas e ideologías a través de los medios, posteriormente les resultará más fácil conseguir adeptos, y eso se transforma en mayor número de votos en las elecciones.

El papel de los medios de comunicación en la política contemporánea nos obliga a preguntar  por el tipo de mundo y de sociedad en los que queremos vivir, y qué modelo de democracia queremos para nuestra sociedad.

Los inicios de la sociedad de masas datan de antes de los años 20 del siglo pasado. Los libros y los diarios son los medios de comunicación que ayudaron a configurar la opinión pública y a canalizar los debates en la sociedad. El momento de mayor apogeo de los medios de comunicación de masas moderno surge a raíz del diario de información general. Es entonces cuando la sociología se empieza a interesar por los medios de comunicación. Es a principios de siglo cuando se empieza a tener una conciencia real sobre el papel social de la prensa. A pesar de que empiezan a surgir las primeras desconfianzas sobre el uso de los medios, las opiniones predominantes consideran que gracias a los diarios se está informado y que la prensa contribuye al progreso social y cultural de la población.

Bajo el mandato de Woodrow Wilson se llevó a cabo la primera operación moderna de propaganda llevada a cabo por un gobierno.
Wilson fue elegido presidente en 1916 como líder de la plataforma electoral Paz sin victoria, cuando se cruzaba el ecuador de la Primera Guerra Mundial. La población era muy pacifista y no veía ningún motivo de peso para formar parte del conflicto internacional, sin embargo, Wilson había decidido que el país tomaría parte en el conflicto, por tanto, debían pensar en alguna fórmula para inducir a la sociedad la idea de la obligación de participar en la guerra. Por ello se creó una comisión de propaganda gubernamental denominada Comisión Creel, que logró convertir tan sólo seis meses a la población pacífica en otra histérica y belicista que quería ir a la guerra y destruir todo aquello que oliera a alemán y salvar a todo el mundo.

Entre los que participaron activamente en la guerra de Wilson, se encontraban intelectuales progresistas del círculo de John Dewey Estos muy orgullosos por haber demostrado que lo que ellos llamaban los miembros más inteligentes de la comunidad, es decir, ellos mismos, habían sido capaces de convencer a una población reticente de que se debía ir a la guerra mediante un sistema de aterrorizarla y suscitar en ella un fanatismo patriotero. Los medios que se emplearon fueron muy amplios. Se fabricaron montones de atrocidades supuestamente cometidas por los alemanes, en las que se incluían niños belgas con miembros arrancados y todo tipo de cosas horribles que todavía hoy se pueden leer en libros de historia. Pero la cuestión clave era la de controlar el pensamiento de los miembros más inteligentes de la sociedad americana, quienes divulgarían la propaganda elaborada por el gobierno y llevarían al pacífico país a la histeria propia de los tiempos de guerra. Y funcionó, al tiempo que enseñaba algo realmente importante: cuando la propaganda que el propio estado divulga recibe el apoyo de las clases de un nivel cultural elevado y no se permite ninguna desviación en su contenido, el efecto puede ser enorme. Para recabar el apoyo de la población, normalmente pacifista, hay que aplicar ciertos estímulos, y para estimularla hay que asustarla. Una lección ya aprendida por Hitler y por muchos otros, cuya influencia ha llegado a nuestros días.

Las primeras concepciones sobre los medios surgen entre los años 1920 y 1940. La aparición de la radio fue un importante hito comunicativo en este periodo entreguerras.  La prensa y la radio son instrumentos para lo mejor y lo peor; constituyen medios de información y cultura al mismo tiempo que medios para la propaganda. La propaganda política ocupa un lugar central en las estrategias de los regímenes fascistas europeos y del soviético. El psicoanálisis, por su parte, muestra la posibilidad de utilizar mecanismos que, dirigidos directamente al inconsciente, burlen la actuación consciente de las personas. La Escuela de Fráncfort denuncia el ascenso de la irracionalidad nazi por la capacidad de condicionamiento de los nuevos mecanismos de propaganda.
Surge otro enfoque sobre los medios de comunicación; la teoría del “proyectil mágico” o “aguja hipodérmica”, en la que los mensajes de los medios de comunicación se insinuarían “bajo la piel” e irían a atacar a los miembros del público exactamente como sucede con una inyección con una aguja hipodérmica, sin ninguna posibilidad de mediación por parte de los receptores. Uno de los acontecimientos que tuvieron el efecto de confirmar este sentir común acerca de los efectos de los medios de comunicación es la emisión, producida el 30 de octubre de 1938, del drama radiofónico La guerra de los mundos, a partir de la novela de H.G. Wells, bajo la dirección de Orson Welles.

Dicha emisión se hizo famosa por desencadenar el pánico entre los radioyentes, algunos de los cuales salieron a la calle aterrorizados en la convicción de que el país estuviese invadido por marcianos.  Este evento constituye uno de los casos paradigmáticos que dan testimonio del poder de influencia de los medios de comunicación; un poder inmediato, sin resquicios, mecánico. La “invasión de Marte” estimuló varias respuestas y creó un suelo fértil para el estudio de numerosos fenómenos sociales. Tanto Hovland como Lazarsfeld inician sus investigaciones sobre la influencia de la propaganda.

(www.taringa.net)
Entre los años 1940 y 1960 los estudios de comunicación se convierten en una disciplina. A pesar de que se acepta que la comunicación de masas pueda producir disfunciones, se considera que los medios de comunicación son un instrumento imprescindible para el desarrollo de la democracia.
Entre 1960 y 1980 el auge y el cuestionamiento de la cultura de masas siguen más latente que nunca. Durante esta época, especialmente entre los 60 y los 70 nos encontramos con el máximo auge de los medios de comunicación y cultura de masas. Por un lado las investigaciones de Lazarsfeld y Katz señalan que los efectos de los medios de comunicación son limitados, por otro, autores como Mc Luhan o Marcuse señalan que los medios modifican profundamente la percepción de las personas y de la vida social.
Nos guste o no estamos inmersos en una sociedad donde los medios de comunicación tienen un papel central, por lo tanto, tenemos que aprender a entender, interpretar y criticar sus mensajes. Nos enseñan cómo vestir, cómo consumir, qué aspecto debemos tener, cómo reaccionar ante miembros de grupos sociales diferentes al nuestro, cómo ser populares, cuáles son los caminos que nos llevan al fracaso y cómo actuar dentro del sistema de normas, valores, prácticas e instituciones.
El consumo de televisión se ha convertido en una de las características más distintivas de nuestra sociedad. Los altos promedios en el visionado de este medio de comunicación denotan un impresionante poder e influencia que ha adquirido en todas las capas de la población, sin ninguna distinción de sexo, edad, nivel cultural o generacional. La televisión es un electrodoméstico más en nuestros hogares que cumple una función insustituible en la sociedad de consumo en la que vivimos. Pero además no es exclusivamente un objeto de consumo, sino que también plataforma y trampolín para otros consumos, ya que desde este medio se nos invita e incita a consumir todo tipo de productos, objetos, modelos de referencia…
La calidad y la cantidad del consumo televisivo son dos ejes de una realidad que todavía hoy está por meditar. La cotidianeidad del visionado televisivo ha conseguido convertirlo en algo natural y cercano, hecho que hace que parezca que no sea necesario meditar y reflexionar sobre las consecuencias que puede tener, y mucho menos que requiera un aprendizaje para un consumo inteligente del mismo. Los medios de comunicación actuales son el reflejo de nuevos lenguajes que hay que saber interpretar para comprender sus mensajes y disfrutar y aprender con y de ellos. El masivo consumo de los medios se ve acrecentado por ser además puente para otros consumos.  En la actualidad, prácticamente todo debe pasar por la televisión si quiere tener éxito social, prestigio y en definitiva un buen balance económico. Esta doble propiedad de la televisión demanda cada vez más formación de los ciudadanos para que comprendan este medio, como usuarios y consumidores inteligentes del mismo.

El papel de la televisión y los informativos en nuestra sociedad


 

“La televisión adquiere cada vez más un papel preponderante en la organización del consenso y en la expansión de la sociedad del consumo. La actual tendencia en esa área es la del aumento de la segmentación del público y la de la construcción de una nueva esfera pública privatizada”.

Cesar Bolaño.

Nadie refuta la excesiva presencia de la televisión en nuestras vidas. La televisión constituye el medio más consumido diariamente, especialmente la televisión abierta. Además de la elevada frecuencia, el tiempo de consumo también es muy elevado. La televisión también está presente en la vida cotidiana de los niños y adolescentes, y es una de las actividades más frecuentes tras la vuelta del colegio.

En las últimas décadas las críticas a este medio de comunicación se han incrementado y radicalizado. Hay críticos que emiten opiniones demoledoras como la que realizó José Joaquín Esparza, que afirmó que “hubo un tiempo en que se pensó que la televisión podía ayudarnos a vivir mejor”. En la actualidad son muchos los que consideran que la televisión ha malogrado las expectativas de convertirse en una herramienta de conocimiento sobre el mundo, en un medio de educación, de información… en ocasiones no sirve siquiera como instrumento para impulsar un ocio admisible, ya que sus contenidos llegan  a ser nocivos.

Parece que existe cierto consenso internacional acerca de la decadencia de la televisión. La calidad de la programación ha caído en picado, a medida que ha ido incrementándose el número de canales y, el resultado ha desatado una lucha feroz por la audiencia. Este proceso de comercialización del medio ha derivado en que el índice de audiencia se ha establecido como valor supremo para valorar la programación. El mercado tiene como objetivo satisfacer los deseos como consumidores, no como ciudadanos, es decir, lo que el espectador consume no siempre es lo que le conviene consumir, desde el punto de vista de su salud cultural y en ocasiones mental.

La televisión en nuestros días, constituye un negocio de enormes proporciones. En los últimos años las cadenas españolas han alcanzado inmensas cifras de beneficios. Los grandes grupos de comunicación tienen en las cadenas televisivas su principal fuente de ingresos y parece que los beneficios que obtienen de ello les sirven para hacer frente a las numerosas críticas.

El fenómeno de la telebasura española ha traspasado fronteras. El diario británico The Times sentenció que la televisión española ha construido su fuente de ingresos a partir del morbo y el sensacionalismo. La “telebasura” se caracteriza por “pervertir los modelos o géneros que les sirven de referencia” de forma que “no importa que sea verdad o mentira lo que se cuenta” con tal que sea “llamativo o jugoso” (Asociación de Usuarios de la Comunicación, nd).

Entre las más frecuentes críticas a este tipo de televisión, se encuentran las recogidas en el “Manifiesto contra la telebasura” creado por varias organizaciones españolas y apoyado por un grupo de artistas, comunicadores y políticos en el año 1997. En dicho documento se hace una crítica a esta forma de hacer televisión debido a que se caracteriza por “explotar el morbo, el sensacionalismo y el escándalo, como palancas de atracción de la audiencia”. Además “se regodean en el sufrimiento”, “bajo una apariencia hipócrita de preocupación y denuncia”, despreciando “el honor, la intimidad, el respeto, la veracidad o la presunción de inocencia”. (Manifiesto contra la telebasura, 1997).

Otra de las críticas más realizadas hacia la programación “telebasura” es que se divulgan valores perjudiciales para la sociedad y colaboran a crear ciudadanos desinformados, sin inquietudes sociales o culturales.

La televisión, tal y como comenta Pierre Bourdieu en su libro “Sobre la Televisión”, se puede ocultar mostrando, es decir exhibiendo algo diferente a lo que se debería mostrar. Es decir, puede mostrar y hacer creer a los espectadores lo que muestra y de esta forma provocar fenómenos de movilización social. Los sucesos cotidianos pueden estar cargados de implicaciones políticas, éticas… y fomentar sentimientos a menudo negativos, tales como el racismo, la xenofobia, el miedo, el odio… Una de las causas fundamentales de las luchas políticas consiste en la capacidad de imponer unos principios de visión del mundo determinados a los televidentes.

La situación actual es producto de una transformación paulatina de la calidad de los programas y de un abandono de algunas de las funciones tradicionales del medio. Parece claro, pues, que el proceso de comercialización de la televisión ha significado una pérdida de calidad, sin embargo, este concepto resulta difícil de analizar. Es complicado llegar al consenso sobre si un programa es o no de calidad. Desde la televisión pública británica, se lanza un criterio internacional de calidad; se debe “enriquecer la vida de la gente con programas que informen, eduquen y entretengan” (BBC, 1997).

El dominio de los índices de audiencia, revelan que la cultura y la información son valoradas como meras mercancías, que se deben  regular mediante las leyes del mercado en exclusiva. Por tanto, si el público demanda algo, habrá que ofrecérselo.

Sin embargo, esta idea no tiene en cuenta la especificidad de la actividad televisiva y, como consecuencia, descuida que quienes la manejan, tienen una especial responsabilidad social. La televisión es un negocio diferente, en cuanto instrumento con un talento notable de sociabilización y formación de conciencias. A través de la programación se emiten ideologías y valores, que pueden resultar tanto provechosos como dañinos para la sociedad. Ante esta gran capacidad de hacer el bien o el mal es imprescindible tomar medidas de protección de los grupos sociales más indefensos como la infancia.

Con frecuencia escuchamos argumentos que afirman que si existen programas de poca calidad es porque el público los demanda. El ex director de programación de TV3, Francesc Escribano, afirmó: “La gente no pide nada. La oferta la creas tú. Es como la comida: nosotros hacemos el menú y, si educamos a la gente para que coma hamburguesas, la gente comerá eso. La responsabilidad es nuestra. Lo más fácil para los programadores es decir: yo doy esto porque la gente me lo pide. No, yo doy esto porque soy consciente de que doy esto, a lo mejor no tengo nada más que dar, pero es una actitud poco responsable. No, el trabajo que yo hago, en cierta medida, es formar el gusto de la audiencia” (Cubells, 2004:219).

Por otra parte, lo que el público consume no tiene por qué ser lo que quiere, y mucho menos lo que necesita. La televisión se basa en continua repetición de modelos de éxito, lo que suele dejar un margen bastante escaso para la innovación.