Timor Oriental, una antigua
colonia portuguesa, fue penetrado por Indonesia en diciembre de 1975, con la complicidad
y el apoyo militar del gobierno de los Estados Unidos. En los años siguientes
se aconteció una serie de atrocidades y brutalidades que provocaron la muerte
de alrededor del 10% de la población. La
magnitud de la sangría disminuyó posteriormente, pero aún siguieron siendo turbadoras.
Reino Unido fue quien aportó la mayor parte de las armas de destrucción masiva.
Las Naciones Unidas condenaron a Indonesia, y se prohibió al resto de naciones
que suministraran ayuda o armas a Indonesia. Estados Unidos incrementó el
suministro de armas a Indonesia y neutralizó los esfuerzos de las Naciones
Unidas, reacción que apenas fue manifestada en la prensa. D. P. Moynihan,
embajador estadounidense ante la ONU, escribió en sus memorias: “El Departamento de Estado deseaba que
cualquier medida adoptada por las Naciones Unidas resultara absolutamente
ineficaz. Esta tarea se me encomendó a mí, y la desempeñé con considerable
éxito”. Lamentablemente los hechos descritos no son infrecuentes.
Según Neil Smith, la obra de Chomsky en este
terreno es destacable por dos aspectos bien diferenciados: por una parte, llama
la atención sobre la connivencia de estadounidenses, australianos y británicos
para realizar el mal; por otra: porque pone en evidencia la colaboración tácita
de los expertos académicos y los medios de comunicación en la ejecución de este
mal, ya que no dieron razones de hechos sobre los que disponían de documentación
más que suficiente. Chomsky escribió “La
responsabilidad del escritor como agente moral es tratar de revelar la verdad
sobre cuestiones de trascendencia humana a un público que puede hacer algo para
resolverlas”. Precisamente esta afirmación, que determina que la audiencia
debe ser potencialmente capaz de actuar, ha dado lugar a graves
descalificaciones contra Chomsky.
Dicho autor ha atacado las
atrocidades de los indonesios en Timor Oriental y de los jemeres rojos de Pol
Pot de Camboya, pero destinando mucha más atención a Timor Oriental, presentando
una dilatada documentación sobre la duplicidad y la culpabilidad de Occidente. Al
mencionar cada una de las campañas, ha manejado las fuentes con imparcial
objetividad, afirmando, por ejemplo, que los informes de las atrocidades de
Camboya habían sido muy desmesurados, adulterados y en algunos casos inventados
por Occidente. La diferencia primorcial entre los dos casos era que los
crímenes de los indonesios damnificaban a muchos estados de Occidente, mientras
que no sucedía lo mismo en Camboya. Como consecuencia, Chomsky (y su coautor
Herman) fueron acusados de apología a favor del Pol Pot en una sucesión de acometidas
caracterizadas por lo que Milan Rai define de “una tremenda falta de honradez”. Hay que tener en cuenta que los
hechos son complejos, y que su interpretación es, en ocasiones, muy difícil,
pero denunciar las mentiras de los líderes de la sociedad no es lo mismo que
intentar defender la causa de las víctimas de dichas mentiras, y es por ello que las críticas contra Chomsky han sido numerosas.
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