
En la etapa de la industria
cultural, el hombre ya no decide independientemente sino que la pugna entre
impulsos y conciencia se solventa con la aceptación acrítica a los valores
impuestos. La sociedad manipula al individuo a su antojo, “el consumidor no es soberano, como la industria cultural desearía
hacer creer, no es su sujeto sino su objeto” (Adorno 1967; 6, citado en
Wolf 1994; 95).
La industria cultural y su
realidad son completamente diferentes “film,
radio y semanarios constituyen un sistema. Cada sector aparece armonizado en sí
mismo y todos entre sí” (Horkheimer – Adorno 1947; 130). El mercado de
masas implanta homogeneización y regulación, los intereses del público y sus exigencias
implantan estereotipos y baja calidad. Y, sin embargo, en “este círculo de manipulación y de necesidad que se deriva de él, la
unidad del sistema se estrecha cada vez más. La racionalidad técnica, hoy, es la racionalidad del propio dominio” (Horkheimer
– Adorno 1947; 131). La jerarquización de los productos culturales según su
calidad estética o su compromiso es perfectamente práctico a la lógica de todo
el sistema productivo “el hecho de
ofrecer al público una jerarquía de calidades en serie sólo sirve para la cuantificación
total” (ibíd.). La identidad de fondo subsiste bajo las diferencias, apenas
oculta, del dominio que la industria cultural hostiga sobre los individuos: “lo que ésta ofrece como completamente nuevo
no es más que la representación en formas siempre distintas de algo siempre
idéntico; el cambio enmascara un esqueleto, en el que es tan poco lo que cambio
como en el mismo concepto de beneficio, desde que éste ha conquistado el
predominio sobre la cultura” (Adorno 1967; 8). En el sistema de la
industria cultural el proceso de trabajo incorpora todos los elementos “desde la trama de la novela que ya está
pensada para una película hasta el último efecto sonoro” (Horkheimer –
Adorno 1947; 134).
La máquina de la industria
cultural es totalmente independiente, determina el consumo y excluye todo lo
que es nuevo, lo que se configura como un riesgo inútil, al haber concedido la
primacía a la eficacia de sus productos.
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