
Para Eco, las posturas de los
intelectuales frente a la cultura moderna pueden abreviarse a partir de dos posicionamientos
básicos: el del “apocalíptico” y el del “integrado”. El apocalíptico es aquel
que contempla con desconfianza las nuevas técnicas de creación y difusión cultural
y manifiesta su desasosiego por la participación popular en el ámbito de la comunicación
mediática. Creen fervientemente que la “cultura” es una cuestión que se reduce
a un círculo restringido y, por ende, no tiene sentido alguno hablar en
términos de cultura de masas, puesto que “es inconcebible una cultura
compartida por la masa del pueblo”.
El apocalíptico considera que la
cultura demanda un cultivo individual de la inteligencia, la sensibilidad y el
saber. Desconfía de su administración por parte de empresas o instituciones
especializadas que persiguen yuxtaponer la cultura al “gran público”. Sostiene que
el cometido de estas empresas especializadas provoca un importante
empobrecimiento cultural y “una trivialización desalentadora capaz de afectar
gravemente al propio devenir de la producción cultural, sometida a la tiranía
del mercado y de una racionalidad industrial y técnica” (Rodriguez, Raúl
(2001). Apocalypse Show. Intelectuales,
televisión y fin de milenio, pp. 40-41).
Para el apocalíptico, la cultura
de masas es una anticultura que se
origina en el instante en que la “masa” hace acto de presencia tanto en la vida
cultural como en la política. “La masificación cultural no es sólo el signo de
una aberración transitoria y limitada al ámbito cultural; es el signo
inequívoco de un proceso de decadencia irrecuperable de nuestra civilización,
frente a la cual el hombre culto no puede expresarse más que en términos de
desasosiego y desesperación” (Eco, Umberto 1988 (1965). Apocalípticos e integrados, p. 12).
En confrontación con el
intelectual apocalíptico se distingue la posición confiada y optimista de los
integrados, excesivamente involucrados en el gobierno de los nuevos medios
técnicos y en el control de la industria cultural, y que disfrutan de una postura
relativamente aventajada que les posibilita despreocuparse de los presuntos
efectos malignos de los medios de comunicación de masas.
El integrado interviene en la creación
cultural y posee un papel más dinámico en su construcción. Vive la cultura y
sin embargo no se preocupa por ella. Como afirmaban Adorno y Horkheimer, a los
que tienen intereses en la industria cultural les gusta hablar de cultura y de
su industria usando una terminología técnica.
Umberto Eco nos previene frente a
la postura de los autores integrados y nos recuerda que la cultura de masas “es
una cultura mediatizada por medios tecnológicos y por sistema de producción industrial
a gran escala”. A pesar de que los individuos tengan el derecho de hacer valer
sus preferencias, las formas culturales son, en parte, impuestas por los
cánones que se expiden en un reducido número de centros de producción y/o
difusión cultural. Y esta constituye la principal debilidad de los integrados, porque
resulta ingenuo pensar que en las sociedades complejas la cultura de masas responde
literalmente a las necesidades sociales espontáneamente manifestadas por el “pueblo”.
Frente a este dilema que se
plantea entre apocalípticos e integrados, nadie puede aspirar a una posición de
absoluta neutralidad.
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