“La televisión adquiere cada vez más un papel preponderante en la
organización del consenso y en la expansión de la sociedad del consumo. La
actual tendencia en esa área es la del aumento de la segmentación del público y
la de la construcción de una nueva esfera pública privatizada”.
Cesar Bolaño.
Nadie refuta la excesiva
presencia de la televisión en nuestras vidas. La televisión constituye el medio
más consumido diariamente, especialmente la televisión abierta. Además de la
elevada frecuencia, el tiempo de consumo también es muy elevado. La televisión
también está presente en la vida cotidiana de los niños y adolescentes, y es
una de las actividades más frecuentes tras la vuelta del colegio.
En las últimas décadas las
críticas a este medio de comunicación se han incrementado y radicalizado. Hay
críticos que emiten opiniones demoledoras como la que realizó José Joaquín
Esparza, que afirmó que “hubo un tiempo en que se pensó que la televisión podía
ayudarnos a vivir mejor”. En la actualidad son muchos los que consideran que la
televisión ha malogrado las expectativas de convertirse en una herramienta de
conocimiento sobre el mundo, en un medio de educación, de información… en
ocasiones no sirve siquiera como instrumento para impulsar un ocio admisible, ya
que sus contenidos llegan a ser nocivos.
Parece que existe cierto consenso
internacional acerca de la decadencia de la televisión. La calidad de la programación
ha caído en picado, a medida que ha ido incrementándose el número de canales y,
el resultado ha desatado una lucha feroz por la audiencia. Este proceso de
comercialización del medio ha derivado en que el índice de audiencia se ha establecido
como valor supremo para valorar la programación. El mercado tiene como objetivo
satisfacer los deseos como consumidores, no como ciudadanos, es decir, lo que
el espectador consume no siempre es lo que le conviene consumir, desde el punto
de vista de su salud cultural y en ocasiones mental.
La televisión en nuestros días,
constituye un negocio de enormes proporciones. En los últimos años las cadenas
españolas han alcanzado inmensas cifras de beneficios. Los grandes grupos de
comunicación tienen en las cadenas televisivas su principal fuente de ingresos
y parece que los beneficios que obtienen de ello les sirven para hacer frente a
las numerosas críticas.
El fenómeno de la telebasura
española ha traspasado fronteras. El diario británico The Times sentenció que
la televisión española ha construido su fuente de ingresos a partir del morbo y
el sensacionalismo. La “telebasura” se caracteriza por “pervertir los modelos o
géneros que les sirven de referencia” de forma que “no importa que sea verdad o
mentira lo que se cuenta” con tal que sea “llamativo o jugoso” (Asociación de
Usuarios de la Comunicación, nd).
Entre las más frecuentes críticas
a este tipo de televisión, se encuentran las recogidas en el “Manifiesto contra
la telebasura” creado por varias organizaciones españolas y apoyado por un
grupo de artistas, comunicadores y políticos en el año 1997. En dicho documento
se hace una crítica a esta forma de hacer televisión debido a que se
caracteriza por “explotar el morbo, el sensacionalismo y el escándalo, como
palancas de atracción de la audiencia”. Además “se regodean en el sufrimiento”,
“bajo una apariencia hipócrita de preocupación y denuncia”, despreciando “el
honor, la intimidad, el respeto, la veracidad o la presunción de inocencia”.
(Manifiesto contra la telebasura, 1997).
Otra de las críticas más
realizadas hacia la programación “telebasura” es que se divulgan valores perjudiciales
para la sociedad y colaboran a crear ciudadanos desinformados, sin inquietudes
sociales o culturales.
La televisión, tal y como comenta
Pierre Bourdieu en su libro “Sobre la Televisión”, se puede ocultar mostrando,
es decir exhibiendo algo diferente a lo que se debería mostrar. Es decir, puede
mostrar y hacer creer a los espectadores lo que muestra y de esta forma
provocar fenómenos de movilización social. Los sucesos cotidianos pueden estar
cargados de implicaciones políticas, éticas… y fomentar sentimientos a menudo
negativos, tales como el racismo, la xenofobia, el miedo, el odio… Una de las
causas fundamentales de las luchas políticas consiste en la capacidad de
imponer unos principios de visión del mundo determinados a los televidentes.
La situación actual es producto
de una transformación paulatina de la calidad de los programas y de un abandono
de algunas de las funciones tradicionales del medio. Parece claro, pues, que el
proceso de comercialización de la televisión ha significado una pérdida de
calidad, sin embargo, este concepto resulta difícil de analizar. Es complicado
llegar al consenso sobre si un programa es o no de calidad. Desde la televisión
pública británica, se lanza un criterio internacional de calidad; se debe
“enriquecer la vida de la gente con programas que informen, eduquen y
entretengan” (BBC, 1997).
El dominio de los índices de
audiencia, revelan que la cultura y la información son valoradas como meras
mercancías, que se deben regular
mediante las leyes del mercado en exclusiva. Por tanto, si el público demanda
algo, habrá que ofrecérselo.
Sin embargo, esta idea no tiene
en cuenta la especificidad de la actividad televisiva y, como consecuencia, descuida
que quienes la manejan, tienen una especial responsabilidad social. La
televisión es un negocio diferente, en cuanto instrumento con un talento notable
de sociabilización y formación de conciencias. A través de la programación se
emiten ideologías y valores, que pueden resultar tanto provechosos como dañinos
para la sociedad. Ante esta gran capacidad de hacer el bien o el mal es imprescindible
tomar medidas de protección de los grupos sociales más indefensos como la
infancia.
Con frecuencia escuchamos
argumentos que afirman que si existen programas de poca calidad es porque el
público los demanda. El ex director de programación de TV3, Francesc Escribano,
afirmó: “La gente no pide nada. La oferta la creas tú. Es como la comida:
nosotros hacemos el menú y, si educamos a la gente para que coma hamburguesas,
la gente comerá eso. La responsabilidad es nuestra. Lo más fácil para los
programadores es decir: yo doy esto porque la gente me lo pide. No, yo doy esto
porque soy consciente de que doy esto, a lo mejor no tengo nada más que dar,
pero es una actitud poco responsable. No, el trabajo que yo hago, en cierta
medida, es formar el gusto de la audiencia” (Cubells, 2004:219).
Por otra parte, lo que el público
consume no tiene por qué ser lo que quiere, y mucho menos lo que necesita. La
televisión se basa en continua repetición de modelos de éxito, lo que suele
dejar un margen bastante escaso para la innovación.
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